TIEMPO ARGENTINO 27.05.2012 | Opinión
A propósito de la despenalización
Estoy
convencido que debe cambiar, y con urgencia, la legislación actual. Sin
embargo, no veo que hoy se den las condiciones para despenalizar.
Frente
a los diversos proyectos de ley que buscan reformar la actual política de
drogas, me siento en la urgencia de expresar también mi parecer. Ya lo hice junto
al equipo de los curas de las villas de la Ciudad de Buenos Aires en otras
oportunidades, y hoy nuevamente lo hago desde la convicción profunda de que a
la hora de legislar, es fundamental tener en cuenta a los más pobres y a los
que sufren la exclusión social grave.
Es por eso que mi mirada se centra exclusivamente en los marginales, aquellos
cuya voz difícilmente pueda ser escuchada en otro lugar más que en la vida de
todos los días compartida. Me quiero referir a cientos, miles de pibes y pibas
de las villas, arruinados por el paco en las villas, con quienes compartí cada
día durante los 15 años que viví en la villa 21-24 y Zavaleta.
En primer lugar deseo señalar que me parece mal criminalizar al adicto. He
visto muchos pibes de rodillas delante de una droga que no los deja organizar
la vida. Esclavos sufrientes que no pueden “zafar”. Muchos incluso han muerto,
los hemos llorado con sus padres y amigos. Me tocó conocer su corazón, sus
luchas y su llanto, darles la primera comunión y recibirlos contentos cuando me
venían a presentar a sus hijos, y luego rezarles el responso. Me resulta
imposible identificar la adicción con un crimen, y más aun pensar que deba ser
penalizado.
Además de ellos, pienso en todos aquellos otros para los que el consumo de drogas
es apenas una curiosidad, un simple experimento. Pienso en lo trabajoso que fue
señalarles el camino del esfuerzo, de la vida comprometida, de la
responsabilidad. Tampoco pienso que sus experiencias puedan ser penalizadas.
Es por todos ellos que estoy convencido que debe cambiar, y con urgencia, la
legislación actual. Sin embargo, no veo que hoy se den las condiciones para
despenalizar.
Veo peligrosa la liviandad con que se trata el tema en muchos medios, a veces
desde posturas afectivas, y polarizadas; otras desde posturas científicas tan
serias como ajenas a la realidad de los más pobres.
Hace unos años, con el equipo de los curas de las villas nos preguntábamos cómo
decodifican nuestros jóvenes una medida como la despenalización. Creo en este
sentido que antes de despenalizar es necesario implementar un programa
preventivo en todas las escuelas del país, de modo de mitigar el impacto
negativo de la medida en las representaciones sociales juveniles, y potenciando
algunos aspectos positivos de la misma, como la no estigmatización de los
usuarios de drogas, que no produce sino más exclusión.
Creo que los usuarios de drogas de poblaciones marginalizadas se encuentran en
un gran desamparo, y la ausencia del Estado en sus vidas es muy pronunciada.
¿Qué acompañamiento encuentra un usuario de paco de Zavaleta que no puede
frenar el consumo, que empeñó los documentos para consumir, que no puede
internarse porque padece tuberculosis, pero a causa del consumo no está en
condiciones de sortear las dificultades que le propone el sistema de salud, que
vive en la calle, padece mil penurias, y para sobrevivir debe enfrentar la
violencia, y aprender a jugar con la ley de la selva? Lamentablemente, esta es
una foto demasiado repetida.
Es así, los usuarios de drogas de zonas marginalizadas viven la exclusión como
el pan de cada día, y las respuestas asistenciales provistas por el Estado se
reducen a los tratamientos de rehabilitación. Una respuesta demasiado lineal
para un problema tan complejo. No hay para estos usuarios de drogas una
respuesta compleja en salud, vivienda, trabajo, identidad. Sin esos derechos
garantizados, la recuperación es una utopía.
En ese sentido, me pregunto qué pasa con aquellos usuarios de drogas que
hubieran necesitado el encuentro con el Estado; porque al fin y al cabo, el
encuentro con la justicia penal es un encuentro de pésima calidad, pero un
encuentro al fin. ¿No sería mejor transformar ese encuentro en uno de superior
calidad? Desaprovechar la oportunidad para muchos significa la vida. Suena duro
plantearlo así, pero para muchos la cárcel es menos malo que el paco en la
calle. No es lo que debe ser, pero desde el Estado no se les ofrece otra
alternativa.
Es por eso que, aunque valoro los criterios que buscan algunos con la
despenalización, creo que no es el momento para llevarla a cabo, no al menos
hasta que el Estado haya tomado nota del desamparo que viven los usuarios de
drogas de las zonas marginales, y se haya propuesto tomar cartas en el asunto.
Despenalizar en este contexto puede ser una medida espasmódica, compulsiva, que
sin duda va a ser aplaudida por la tribuna, pero con el altísimo costo de
olvidarse de los pibes más pobres de nuestra patria. Más bien entiendo que el
debate sobre la despenalización puede darse cuando recorramos un camino de
inclusión social entre la inmensa muchedumbre de jóvenes sumergidos en la
marginalidad y pobreza.
Pienso que una posibilidad sería la creación de defensoría de los derechos de
los usuarios de drogas, que obliguen al Estado a responder con la complejidad
que cada usuario de drogas necesite: vivienda, trabajo, documentación, acceso a
la salud, a tratamientos de recuperación, y a todos los derechos vulnerados de
esa persona. Recordemos que en los barrios marginales, la droga llena el vacío
que deja la exclusión; sin inclusión real no hay recuperación posible.
Sé que mi mirada adolece del mismo problema que le adjudico a las otras: es la
mirada de una parte; y una legislación nacional no debe olvidarse de nadie.
Sólo espero que a través de mi voz, o del medio que fuera, los cambios que
vengan no se vuelvan a olvidar de los más pobres.